A la izquierda Golda Meir durante la guerra del Yom Kippur y a la derecha, Benjamin Netanyahu.

A la izquierda Golda Meir durante la guerra del Yom Kippur y a la derecha, Benjamin Netanyahu. CC / Europa Press

Oriente Próximo

Netanyahu, tras los pasos de Golda: los errores del 7-O le acorralan como a ella los fallos en el Yom Kippur

En 1974, la primera ministra israelí, exonerada de toda responsabilidad de no prevenir la guerra, dimitió por la presión ciudadana. Hoy, el jefe del Gobierno israelí está dispuesto a permitir que sus militares asuman la responsabilidad para mantenerse en el poder. 

24 abril, 2024 02:57

"¿Cómo han podido pillarnos desprevenidos?". Al menos en dos ocasiones desde que se fundó el Estado de Israel en 1948 esta pregunta ha retumbado por los pasillos de la sede del Gobierno del país. La primera fue el 6 de octubre de 1973, cuando los países árabes atacaron por sorpresa en el día más sagrado del calendario judío, el Yom Kippur. La segunda, el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó una ofensiva a gran escala contra los territorios del sur desde la Franja de Gaza. 

A pesar de los paralelismos evidentes (ambos golpes fueron inesperados y ambos implicaron elevado número de víctimas), la manera en la que la primera ministra de entonces, Golda Meir, y el jefe de Gobierno actual, Benjamin Netanyahu, lidiaron con la cuestión -es decir, con los errores cometidos- no podía ser más diferente. Mientras la "dama de hierro israelí" mintió para proteger a los miembros de su gabinete y asumió su parte de responsabilidad, Bibi parece estar dispuesto a todo, incluso a dejar caer a su mano derecha militar, para sacudirse cualquier responsabilidad y, sobre todo, mantenerse en el poder. 

Hace 50 años, Meir, encorvada ya por el peso de la edad y la enfermedad y acompañada siempre por el halo de humo de los cigarros que fumaba sin parar, fue la encargada de tomar las decisiones que culminaron con la victoria militar de Israel, pero que costaron la vida a 2.691 de sus soldados. Una sangrienta guerra de tres semanas que llevó al Estado hebreo al borde del colapso por una serie de errores de seguridad previos al conflicto. 

Nixon y Kissinger reunidos con la primera ministra de Israel Golda Meir el 1 de noviembre de 1973.

Nixon y Kissinger reunidos con la primera ministra de Israel Golda Meir el 1 de noviembre de 1973. Reuters

Según explica Meir en sus memorias, recientemente reeditadas bajo el título de Mi vida (Nagrela editores), las informaciones de la amenaza árabe llegaron con varios meses de antelación, pero alentada por Estados Unidos, la mandataria decidió no lanzar un ataque preventivo para evitar que el mundo percibiese a Israel como el agresor. Además, prácticamente hasta el final, la cúpula militar y los servicios de inteligencia israelíes desestimaron una y otra vez las advertencias que llegaban. 

No fue hasta apenas 24 horas antes del golpe que el Mossad, el servicio de inteligencia exterior, detectó que los asesores soviéticos en Siria y Egipto comenzaban a abandonar esos territorios. Una señal de que sabían que el conflicto estaba a punto de estallar. Ese mismo día, el jefe de la agencia de inteligencia, Zvi Zamir, incluso advirtió que uno de sus espías, el agente doble egipcio Ashraf Mawan, le había comunicado que el ataque de los países árabes era inminente

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Sin embargo, el general Eli Zeira, director de Amán, el servicio de inteligencia militar, no valoró bien la amenaza y dijo que no había de qué preocuparse. Pocas horas después, los tanques egipcios comenzaron a avanzar por el sur, por la península del Sinaí, y los sirios por los Altos del Golán, en el norte. Así, entraron en los territorios que Israel había ocupado seis años antes durante la guerra de los Seis Días.

"¿Cómo han podido pillarnos desprevenidos?", volvió a preguntarse Meir una vez ya declarado el cese de las hostilidades. Y la respuesta había comenzado ya a perfilarse: los servicios de escuchas israelíes (el Pegasus de entonces, controlado por la inteligencia militar) estuvieron desactivados días antes de que estallara la guerra del Yom Kipur.

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Algo que, según se destila de la película Golda (estrenada en 2023), la mandataria israelí ya sabía, pero que prefirió mantener en secreto para proteger a su gabinete de guerra. "Nadie debe saberlo", dice en el biopic, que arranca un año después de la guerra, con las audiencias de la Comisión Agranat, encargada de investigar la falta de preparación y prevención de la cúpula militar ante los ataques coordinados de Egipto y Siria.

En su informe final, la Comisión exoneró a Meir y al ministro de Defensa, Moshé Dayán, de "toda responsabilidad directa", pero apuntó con dedo acusado al jefe del Estado Mayor de Defensa, David Elazar, y a Eli Zeira, jefe de la inteligencia militar, que fueron forzados a retirarse. No obstante, la herida nacional que provocó el conflicto supuso la muerte política de Meir, que acabó asumiendo su responsabilidad por las víctimas mortales y dimitió unos meses después. 

Imagen del Ejército israelí durante la guerra del Yom Kippur en 1973.

Imagen del Ejército israelí durante la guerra del Yom Kippur en 1973. Archivo.

Sin un "mea culpa" de Netanyahu

El escenario actual es ligeramente distinto. La guerra se extiende ya más de medio año. Y aunque las Fuerzas de Defensa Israelí (FDI) siguen con una operación militar en Gaza, ni siquiera parece estar sobre la mesa la idea de crear un comité que investigue qué falló ese fatídico sábado 7 de octubre en el que centenares de milicianos palestinos cruzaron la frontera con Israel armados hasta los dientes, mataron a más de 1.300 personas y secuestraron a otras tantas.

Así, todavía es difícil saber por qué ninguna de las tres agencias de inteligencia israelíes (el Mossad, el Amán y el Shin Beth) vio venir un ataque terrorista a gran escala que parecía estar perfectamente coordinado y planeado desde hacía tiempo. Por el momento, algunos altos funcionarios han aceptado parte de su culpa por no haber sabido proteger a la población. Es el caso del jefe del Estado Mayor, el teniente general Herzi Halevi, y el director del servicio de inteligencia y seguridad interior, Ronen Bar.

Quien ha optado por permanecer en silencio y no realizar comentarios sobre su cuota de responsabilidad a la hora de no prevenir el asalto ha sido Benjamin Netanyahu. Con una sociedad traumatizada por lo sucedido y a la espera de traer de vuelta a casa a sus seres queridos, que el primer ministro no rindiese cuentas en los primeros compases del conflicto, fue ampliamente aceptado. "No es el momento", repetía el Gobierno una y otra vez. 

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Sin embargo, las constantes negativas del Ejecutivo para declarar un alto el fuego que permita liberar a los centenares de rehenes israelíes que siguen en manos de Hamás y los continuos errores de cálculo del Ejército, han aumentado paulatinamente la presión contra el primer ministro israelí. Cada semana, se repiten las protestas en la calle que exigen su dimisión y la convocatoria de elecciones. 

No obstante, la tensión parece haberse disparado esta semana después de que el jefe de la inteligencia militar, Aharon Haliva, haya anunciado su dimisión porque, considera, "no estuvo a la altura de la tarea" durante los ataques del 7-O. "Llevo ese día negro conmigo desde entonces, día tras día, noche tras noche. Llevaré conmigo el horrible dolor de la guerra para siempre", ha explicado el general en su carta de despedida. 

¿Una ola de dimisione?

Como en 1973, el año pasado, los funcionarios militares y de inteligencia israelíes pasaron por alto e ignoraron múltiples advertencias sobre un posible ataque de Hamás. Subestimaron las capacidades del grupo islamista, apoyado militar y financieramente por Irán. Por ello, Haliva ha decidido dar un paso al lado y convertirse en el primer alto cargo israelí en entonar el mea culpa. Asimismo, el alto mando ha pedido una comisión estatal de investigación "para descubrir de manera rigurosa, profunda, exhaustiva y precisa todos los factores y circunstancias que condujeron a los difíciles acontecimientos".

Esto, sin embargo, no parece calmar las aguas. De hecho, son numerosos los analistas que ven en la decisión de Haliva el inicio de una ola de renuncias que podrían poner (aún más) contra las cuerdas a Netanyahu.

De hecho, si algo acabó con la carrera política de Meir (que antes de la guerra contaba con una popularidad mayor a la de Netanyahu y que reconoció públicamente su responsabilidad) fue la presión ciudadana. La única fuerza que, hoy por hoy, parece ser capaz de hacer caer a Netanyahu, que ha dejado que sus militares asuman las culpas y no está dispuesto a perder el poder aunque a él la guerra también le pillase totalmente desprevenido